A Federico José Colombres no le gustaba hablar de sí mismo, ni quejarse. Era una persona a la que nada lo derribaba y, aunque de joven no la tuvo fácil, su resiliencia lo hizo salir adelante.
Colombres vivió 79 años intensos (nació el 30/1/46 y falleció el 3/8/25). “Un señor, un caballero, un gran abogado, un hombre sencillo”, fueron las definiciones que hoy más se escuchan de él, características que ya eran bien conocidas en vida y que cobraron más fuerzas desde el día de su partida.
Se recibió de abogado en la Universidad Nacional de Tucumán, pero antes de ello ya había hecho sus primeras armas junto a su padre Adolfo (decano de Derecho), a los 16 años. Ya profesional, se destacó como abogado litigante. En Tribunales era conocido por llegar demasiado temprano y por su trato afable (aunque de pocas palabras) y respetuoso. Ello se contraponía con cómo se mostraba en ambientes sociales y familiares: sus bromas lo hicieron famoso, así como también su risa estruendosa.
Trabajó hasta sus últimos días, pese a que por un problema de salud había perdido el habla. Fue esta una muestra cabal de las luchas que emprendió en la vida, poniéndole mucha garra a todo lo que emprendía. “Lo destacaban su capacidad de organización, su practicidad y el orden que le imponía a las tareas que emprendía o le encomendaban. Nunca le interesaron las actividades relacionadas al poder”, destacaron quienes lo conocieron.
Colombres se casó con Adela María Cassone, con quien tuvieron cuatro hijos: Luciana, Solana, Federico y Mercedes. Fueron seis sus nietos: Carlos María, Trinidad, Salvador, Federico, Ángeles y Pilar. Fue Solana la que sintetizó lo que representaba su papá: “como hija debo mencionar una faceta que tal vez no fue tan conocida; Federico era sobre todo un hombre que en tándem con su gran compañera Adela todo lo hacía por la familia”.
En su juventud formó parte del directorio del Banco Provincia. Además integró la comisión directiva de Jockey Club. También ofició de abogado del Cottolengo Don Orione y del Centro Azucarero Regional; en este último caso, estuvo muy involucrado por su profesión en la actividad azucarera. Apoyó a la Fundación Federalismo y Libertad, así como también tuvo actuaciones en la Unión Industrial Argentina.
Además de su intensa faz profesional, y de su gusto por la música (tocaba la guitarra), Colombres amaba el deporte. Siendo muy joven ya jugaba al rugby en Tucumán Rugby, club en el cual, en sus últimos años, acompañaba a sus nietos como espectador. Practicó tenis durante 50 años en Tucumán Lawn Tennis, a la par que se fue volcando a deportes más extremos, como el enduro, el aladeltismo, el parapentismo, el snowboard, la pesca con mosca, el windsurf clase laser, el esquí náutico y el buceo. También le gustaba frecuentar a los buenos escritores; especialmente disfrutaba de Borges y recitaba con unción el “Poema conjetural”.
Fue muy amigo de sus amigos. Incluso, cuando fallecía alguno de ellos, les ayudaba a sus familias con gestiones y apoyo emocional.
Uno de esos amigos, Antonio Benito, recordó cómo conoció a Colombres y de qué manera fueron alimentando la amistad. “A mediados de 1998, un amigo de mi niñez a quien le había solicitado que me recomendara un buen abogado, me sugirió su nombre. Según su opinión, era el mejor de Tucumán. Lo contacté; le presenté mi situación y, en muy poco tiempo, resolvió mi problema. Con el paso de los días resultó que compartíamos la pasión por el tenis y así fue que de ese trance de mi vida devino un formidable pretexto para construir una maravillosa amistad, que se trasladó a toda la familia. Volviendo al tenis, quiero subrayar que jugábamos casi religiosamente una vez a la semana: la última vez ocurrió 40 días antes de su deceso. ¡“Estadísticas confiables” señalan que disputamos 603 partidos!”, dijo.
Su partida caló hondo no sólo entre los miembros de su familia y entre sus amigos, sino también en quienes lo conocieron y lo frecuentaron. Todos extrañarán su actitud, sus ganas y la energía que transmitía en cualquiera de las actividades que supo emprender.